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31 de enero de 2008

"Casi me mata la vida", de Lidia B. Biery


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Biery, Lidia Beatriz: Casi me mata la vida
Barcelona, Atenas, 2008
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Cada vez que leo un libro de poesía (no hará falta que aclare me refiero a un buen libro, pues a los malos tengo por norma cerrarlos sin ningún miramiento) me doy cuenta de mi ignorancia y de lo poco o nada que sabemos acerca de ese misterio llamado poesía.
¿Qué es poesía?, me pregunto una y otra vez. Y a mi memoria acuden las mil definiciones que, a través de los siglos, nos han complicado la vida y los versos, desde la farragosa Poética de Aristóteles hasta la parida presuntamente genial de algún joven iluminado. Las poéticas, como las frases célebres de Julio César (ya saben: alea iacta est y esas cosas) son al poeta lo que al político la fotografía: un pasaporte a la fama, la gloria, las próximas elecciones o el premio Viaje al Parnaso, con permiso de Rouco Varela y José Manuel Caballero Bonald.
Y por qué digo esto. Pues muy sencillo: porque los libros buenos no necesitan pedigree de ninguna clase ni árboles genealógicos ni parecido con el repartidor de butano. El poema –el buen poema, claro- es un hijo ilegítimo de su tiempo y, como dice el Evangelio, se alza contra su padre y madre y proclama su propio reino.
Para que esto suceda, desde luego, existen requisitos. Vayan tomando nota pues, al enumerarlos, empiezo a tomar tierra en la obra de Lidia Biery: la palabra precisa, el verbo imprescindible, el adjetivo revelador, una sintaxis limpia y, por encima de todo, ese soplo de vida que nace de la emoción y suscita emoción en los lectores: aquella honda palpitación del espíritu de que hablaba Machado, que no puede fingirse ni impostarse sin menoscabo de la estabilidad de todo el edificio poético; pues, si tal sucediera, chirriaría la música y, allí donde el discurso nombra al mundo creado –y ordenado- por elpoeta, hallaríamos tan sólo trepidación y, en suma, antipoesía; o, mejor dicho, no-poesía, que se me antoja más grave.
No es éste último, por supuesto, el caso de Lidia Biery, cuya obra poética, como antes apunté, está libre de cuantas tentaciones acechan al poeta y acaban marchitando el esplendor del poema.
Casi me mata la vida, conducido sabiamente por su autora, ha logrado mantener la dicción justamente en el fiel de la balanza y es hermoso y apasionante y excita a la razón y a los sentidos intuir al yo-lírico paseando por el filo de la navaja, sin dañarse los pies y, sobre todo, sorteando terribles peligros: pues caer hacia un lado implicaría morir devorada por los tiburones del patetismo y, caer hacia el otro, más de lo mismo, ahora fagocitada por las pirañas del grito. Pero no; afortunadamente –para ella, para el lector, para la poesía-, Lidia Biery es poeta de armas tomar y, enguantada de seda, conduce con mano de hierro el caudal de sus experiencias (incluyendo su arisco tropel de sentimientos) y ese ariete, implacable, pero frágil también, del lenguaje.
Qué bien sortea el exceso Lidia Biery. Domadora avezada de la expresión poética, hay que verla batiéndose con el potro de la emoción y, haciendo restallar la fusta de la ternura, someterlo, hasta reducirlo a una fórmula alquímica que convierte las lascas del dolor en el oro purísimo del poema.
Yo nací mientras la tarde descendía/ en hojarasca y el otoño colgaba/ sus huesos amarillos en la hierba. Así comienza el libro. A partir de este instante, la memoria –una invisible agonía, según la autora- se convierte en el guía que, como Virgilio en la Divina Comedia, acompaña a la poeta en su descenso a los infiernos: la vida. La vida es el infierno y transcurre con tanta rapidez que ni siquiera llena su propio vacío ni cauteriza, por descontado, las heridas que inflige: Yo no sabía que los años anuncian/ su fiereza con pintadas en el alma, leemos en otro poema; y cuando descubrimos que cada hora pasada fue mentira o que en la soledad –la puta soledad que nos devora- no hay palabras ni respuestas y que, en fin, la tristeza es una solterona insoportable/ que monta tiendas de campaña en nuestro techo, sólo queda el suicidio en la maleta o pactar nuevamente con tus sueños.
Y Lidia Biery pacta con sus sueños, que es –o a mí me lo parece- la opción del poeta. De su mano, que ahora no se llama Virgilio, sino Asterio, como el genial minotauro borgiano, abandona el infierno la voz lírica y, en brazos del amor, alcanza el Paraíso.
Ésta es la bella historia que, como en un mosaico, parecen susurrarnos al oído cada una de las teselas que componen el libro. La memoria, un magnífico hilo conductor, gestiona este paseo de fondo autobiográfico y tono confidencial, componiendo a su antojo los fragmentos mediante un hábil recurso, el flash-back, que agiliza y aligera el discurso, mientras, por otra parte, los tropos del lenguaje poético interponen un muro de contención al corcel desbocado que pugna, en ocasiones, por escapar del verso. Y es que Lidia B. Biery maneja el idioma con magistral desparpajo. No teme a las palabras, pero sabe tratarlas de vos o de usted cuando la oportunidad lo requiere y dar, en cualquier caso, un baño de frescor a la vieja lengua de don Miguel de Cervantes, inyectándole en los glúteos algún que otro modismo porteño o expresiones bizarras, que nunca vienen mal.
Lleva razón la autora: Suerte –nos dice- que una tarde el calendario/ hizo un alto el fuego en las ventanas de mi casa/ y me enamoré. Y a esa chingada de la vecina del primero, con sus chismes y malas artes, que le den por donde le duela.
Un libro muy hermoso este Casi me mata la vida. La vida mata siempre y mata de belleza la poesía: Tal vez los años sean un secreto doloroso,/no lo sé/ -yo tampoco- pero volviendo al tema de la vida, digo:/ Deja atrás a todo aquel que no te cree. Y el jurado creyó en este libro y así lo certifico con gozosa solemnidad. Ahora sí, la suerte está echada. Y el tiempo dirá siempre la última palabra.
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© Domingo F. Faílde
....Barcelona, enero, 2008.-